Editor: Juan Miguel Aguado Terrón (Universidad de Murcia, España)
Contribuciones incorporadas al Glosarium BITri: J.M. Aguado Terrón (mar.2009)
(In. Endogenous information, Fr.information endogène, Al. endogen/körpereigen information) La generalidad en el uso cotidiano de la información reificada no debe ocultar la complejidad y la riqueza del debate que desencadena. Debate que emana de las propias contradicciones inherentes a la formulación shannoniana (adviértanse las dos sentencias resaltadas en cursiva):
«El problema fundamental de la comunicación es el de la reproducción exacta o aproximada en un instante determinado de un mensaje seleccionado en un momento dado. Frecuentemente los mensajes tienen significado, esto es, se refieren a o están correlacionados conforme a un sistema con ciertas entidades físicas o conceptuales. Estos aspectos semánticos de la comunicación son irrelevantes para el problema de ingeniería. El aspecto significante es que hayan sido seleccionados de un conjunto de mensajes posibles» (Shannon y Weaver, 1949:31-32).
Como señaló acertadamente Bateson (1985:413), «los ingenieros y los matemáticos creen poder evitar las complejidades y las dificultades que introduce en la teoría de la comunicación el concepto de ‘significado’» reduciendo la cuestión al nivel sintáctico y construyendo el concepto de información a partir de una teoría de la señal (von Foerster, 1991:60). Pero la idea de señal es sólo aparentemente aséptica, sólo aparentemente sintáctica. La señal remite a una diferencia que está ‘ahí fuera’, pero ese ‘algo’ es distinguido por alguien. La distinción es presupuesta por Shannon y Weaver en la forma de selección. El que la información aparezca definida como probabilidad de selección involucra en al menos dos aspectos al observador: por un lado la probabilidad implica expectativa y contexto de uso; por el otro, la selección sólo es concebible desde el supuesto de alguien que selecciona. En ambos casos late una semántica implícita como horizonte de sentido.
Por otra parte, el desarrollo del concepto de información como medida del orden que constituye su anclaje fundamental con las magnitudes universales (como la masa o la energía), presupone también el acto observacional. En la teoría de Shannon y Weaver, tanto la información como el ruido dependen de la variedad. Si la redundancia es definida en función del “ajuste” entre la variedad y el número de elementos, la información y el ruido son expresados en proporción directa a la variedad. Dicho de otro modo, información y ruido dependen del número de elementos diferentes entre sí. Ninguno de los dos puede ser definido en cantidades mayores que las permitidas por la cantidad de variedad (Ashby, 1977:238). De hecho, como plantea Ashby,
«el ruido no es intrínsecamente distinguible de cualquier otra forma de variedad. Sólo cuando se proporciona un receptor que establece cuál de los dos es importante para él, es posible establecer una distinción entre mensaje y ruido» (Ibid. :256).
La cuestión de la distinción entre información y ruido nos coloca así nuevamente ante el problema de la observación. El orden es la aportación cognitiva del observador que permite concebir la diferencia entre información y ruido: el orden, como el signo peirceano, lo es para alguien en alguna circunstancia. La paradoja resultante es que la información se propone como medida universal del orden para un sistema cuya actividad de selección (de la que depende la información) involucra un orden local, coherente con su estructura y operaciones. Desde el punto de vista de la comunicación (entendida como ‘transmisión’ de información), obliga a una correspondencia entre los órdenes de selección de los sistemas observadores implicados y, por tanto, a una correspondencia operacional y estructural entre ambos (von Foerster, 1991:75).
La contradicción de la información remite a su condición de código de la diferencia. Es, por tanto, un problema observacional en primera instancia, un problema de gestión de la diferencia. En este sentido, tomando parcialmente la clasificación de Qvortrup (1993), podemos delimitar al menos tres posturas diferenciadas en el curso del debate contemporáneo en torno al estatuto epistemológico de la información:
(a) La posición objetivista, como se ha esbozado más arriba, aborda la información como magnitud de la Naturaleza ontológicamente autosuficiente. La información, en este caso, es una diferencia externa al observador e independiente de él. Sin recurrir a la exaltación ontológica de Stonier citada más arriba, las palabras de Wiener sirven suficientemente para ilustrar el común denominador de este planteamiento y sus derivaciones cognitivo-comunicacionales:
«Damos el nombre de información al contenido de lo que es objeto de intercambio con el mundo externo, mientras nos ajustamos a él y hacemos que se acomode a nosotros. El proceso de recibir y utilizar información, consiste en ajustarnos a las contingencias de nuestro medio y vivir de manera efectiva dentro de él… Vivir de manera efectiva significa poseer la información adecuada» (Wiener, 1954:18)
(b) La posición constructivista, introduce en el concepto de información la instancia observacional como resultado del la reflexión sistemática en torno a las contradicciones señaladas en la perspectiva objetivista. El desarrollo de la cibernética de segundo orden colocaba a la auto-referencia en un lugar privilegiado de las operaciones del sistema cognitivo, haciendo inviable la concepción del flujo informacional en términos de transmisión de objetos. El giro constructivista planteaba dos opciones complementarias: bien (b.1) revisar el concepto de información de modo que resultara coherente con una idea de comunicación entendida como acoplamiento conductual entre dos sistemas en interacción, o bien (b.2) plantear la hipótesis de que el entorno existe únicamente para el sistema como un producto de su propia operación. La que denominamos como ‘posición constructivista’ corresponde propiamente a la primera opción (b.1), mientras que la que denominaremos bajo el epígrafe de ‘constructivismo radical’ emergerá del desarrollo de la segunda hipótesis (b.2).
La primera de las opciones derivadas de la incorporación de la reflexividad observacional obligaba, pues, a considerar que la comunicación no dependía tanto de lo que ‘el entorno entregaba al sistema’ cuanto de lo que ocurría con el sistema en su interacción con el entorno o con otro sistema (Maturana y Varela, 1996:169). La información dejaba así de ser una diferencia externa ‘capturable’ y era concebida como una diferencia en el entorno ligada a un cambio operacional (diferencia) en el sistema. La definición batesoniana de información como diferencia que hace una diferencia(Bateson, 1985; 1991) resume la concepción de la comunicación como acoplamiento operacional y anticipa en cierto modo la segunda hipótesis constructivista. Efectivamente, para Bateson la diferencia es una operación observacional que emana del encuentro entre la estructura perceptiva del sistema y el mundo tal y como se presenta a él. Implícitamente la diferencia no está ni en el mundo ni en el observador, sino en el encuentro entre ambos, pero también implícitamente (b.2), el mundo sólo puede ser para el sistema observador en función de lo que él es (esto es, el entorno es parte del sistema observador en tanto en cuanto su estructura operacional lo presupone), por lo que, a la postre, la diferencia se perfila como una cuestión mental.
La conexión entre los presupuestos epistemológicos de Bateson y el dilema kantiano de la cosa en sí parece aquí manifiesta: «En la mente no hay objetos ni acontecimientos –ni cerdos, ni palmeras, ni madres–. La mente contiene sólo transformaciones, perceptos, etc. […] El mundo explicativo de la sustancia no puede invocar diferencias o ideas, sino sólo fuerzas e impactos. Y, por el contrario, el mundo de la forma y la comunicación no invoca cosas, ni fuerzas o impactos, sino sólo diferencias e ideas» (Bateson, 1991:271)». El giro desde una perspectiva exógena de la información a una perspectiva endógena pone aquí de relieve su complicidad sobrevenida con los supuestos fundacionales del interaccionismo simbólico (Mead, 1972) al menos en tres aspectos: la centralidad de las ‘conductas internas’ en la coordinación comunicativa, la reflexividad como característica de la producción del sujeto y la virtualidad del símbolo como mediador en la producción del mundo.
(c) La posición constructivista radical, introduce, pues, un matiz diferencial respecto de la definición de Bateson. Parafraseando la célebre sentencia, desde esta perspectiva la información aparecería más bien como la diferencia que encuentra una diferencia. El matiz supone de hecho una eliminación del sustrato conductista que permanecía en la formulación de Bateson, en tanto permitía vislumbrar una coordinación causa-efecto entre la diferencia en el entorno y la diferencia en el sistema observador. La consideración de que el entorno existe para el sistema en función de su estructura operacional obligaba a restringir el determinismo funcional de la conexión causa-efecto en el encuentro sistema-entorno, especialmente cuando se tenía cuidado en resaltar que la comunicación no era en ningún caso un tráfico de diferencias del entorno al sistema y viceversa.
Esta visión de la información como emergencia endógena del acoplamiento operacional implica la concepción de la selección no en los términos de una designación o un señalamiento respecto de algo externo, sino como constreñimiento de la propia operación del sistema. Dicho en otros términos, el sistema no selecciona diferencias del entorno, el sistema es en sí mismo una selección de las diferencias del entorno (Luhmann, 1991:83). Como en el caso anterior, la premisa remite a una doble hipótesis: de un lado, (c.1) la consideración, en el caso de los sistemas auto-organizados (como los sistemas vivos), del conjunto sistema/entorno como un todo indisoluble para el observador externo; del otro, (c.2) la consideración de los sistemas observadores como sistemas operacionalmente cerrados.
Ambas hipótesis presuponen la identidad entre sistemas vivos, sistemas auto-organizados y sistemas observadores (von Foerster, 1991:40; Maturana y Varela, 1980:32). Un sistema operacionalmente cerrado es aquel cuyas operaciones constituyen su dominio de existencia (en términos filosóficos, aquel para el que ‘ser es existir’). Los sistemas autopoiéticos son, por definición, operacionalmente cerrados: sus operaciones configuran el dominio en que se realizan a sí mismos como unidades organizacionales. La clausura operacional presupone y se constituye sobre la auto-reflexividad (el sistema es el horizonte de las operaciones del sistema).
La primera línea de reflexión es la desarrollada por von Foerster (especialmente en von Foerster, 1981), la segunda constituye la esencia de la teoría de los sistemas autopoiéticos desarrollada por Maturana y Varela (1980, 1996 y Varela, 1979, 1996).
En su artículo Notas para una Epistemología de los Objetos Vivientes, publicado en 1972, Heinz von Foerster (1991:65-78) traza la siguiente trayectoria proposicional: (1) «El ambiente [entorno] es experimentado como si fuera la residencia de objetos, estacionarios, en movimiento o cambiantes»; (2) «Las propiedades lógicas de “invariancia” y “cambio” pertenecen a las representaciones, no a los objetos»; (3) «Objetos y eventos no son representaciones primitivas. Son representaciones de relaciones»; de tal modo que (4) «el ambiente [entorno] es la representación de las relaciones entre “objetos” y “eventos”» y (5) «un organismo vivo es un relacionador de tercer orden (operación de relaciones entre relaciones de relaciones)» de donde la diferenciación entre sistema y entorno constituye una emergencia de esa operación de relaciones:
«Sea D* la representación terminal hecha por un organismo W*, y sea ella observada por un organismo W; sea la representación interna en W de esta descripción D (W , D*); y, finalmente, sea la representación interna de su ambiente en W, A(W,A). […] El dominio de relaciones entre D y A que son computables por W representa la “información ganada por W observando a W*:
Inf (W , D*)º Dominio Rel m(D, E)
(m = 1, 2, 3, … m)
El logaritmo (de base 2) del número m de relacionesRel m computables por W (o el valor medio negativo de las probabilidades logarítmicas de su ocurrencia <log2 pi = S pi log2 pi ; i = 1 ® m) es la “cantidad de información, H” de la descripción D* con respecto a W :
H (D*, W ) = log2 m
(o H (D*, W ) = – S pi log2 pi) »
De tal modo que tanto la aproximación descriptiva al concepto de información (Inf) como la expresión probabilística de la cantidad de información (H) resultan conceptos relativos (c.1), no pudiendo afirmarse, en consecuencia, que el entorno “contenga” información, tanto menos que sea “capaz”, de alguna forma, de “transmitirla” al sistema. El corolario presenta perfiles solipsistas que conviene matizar: «El entorno –afirma el autor–, tal y como lo observamos, es una construcción nuestra» (von Foerster, 1981:41). Algo similar ocurre con la afirmación de Varela (1979:45): «La información, sensu stricto, no existe». Conviene reparar en las apreciaciones “tal y como lo observamos” y “en sentido estricto” que modalizan cada una de las sentencias. Ambas apreciaciones hacen referencia a la naturaleza recursiva de la observación. En los términos de von Foerster, las dos matizaciones nos recuerdan que no se pueden hacer observaciones sin un observador; o, como el propio Varela señala:
«El hecho es que la información no existe independientemente del contexto de organización que genera un dominio cognitivo, desde el que una comunidad de observadores puede describir ciertos elementos como informacionales y simbólicos» (Varela, 1981:45).
Desde la perspectiva de los sistemas autopoiéticos (c.2), la clausura operacional del sistema observador hace de esa concepción endógena de la información un requisito lógico:
«Los sistemas autopoiéticos no tienen inputs y outputs. Pueden ser perturbados por acontecimientos independientes y sufrir cambios estructurales internos que compensen esas perturbaciones» (Maturana y Varela, 1980:81).
En consecuencia, lo que normalmente es percibido como interacción, asumida como intercambio de información, es entendido aquí como un acoplamiento conductual de sistemas operacionalmente cerrados que se perturban mutuamente (Qvortrup, 1993). No se trata ya de una diferencia como causa de una diferencia, que presupondría una conmensurabilidad entre sistema y entorno (o, en otros términos, una ontologización de la diferencia entre ambos), sino de cambios independientes (como parte de la deriva estructural de los sistemas) que se acoplan pasando a formar parte de su horizonte de operaciones y constituyéndose, entonces, como diferencias. Más que producirse o hacerse, las diferencias, en este caso, se encuentran.
«En el contexto de la reproducción autopoiética el entorno existe como irritación, perturbación, ruido, y sólo deviene significativo cuando puede ser relacionado con las conexiones decisionales del sistema. Es sólo en este caso como el sistema puede comprender qué diferencia realiza en su actividad decisional al cambiar o no el entorno. Es esta diferencia, que existe en el entorno para el sistema y que puede implicar para él una diferencia (esto es, una decisión diferente) es lo que podemos llamar, con Gregory Bateson, información. Como “diferencia que hace una diferencia” la información es siempre un producto del sistema, un aspecto del procesamiento de decisiones y no un hecho del entorno que exista independientemente de la observación. Por otro lado, el sistema no puede crear libremente información como su propio producto o dejar de hacerlo. El sistema se halla continuamente perturbado por el entorno y con su red de decisiones transforma las perturbaciones en información de modo que se integran en el proceso de toma de decisiones» (Luhmann, 1990a:173).
En última instancia, las dos perspectivas constructivistas consideradas vinculan la problemática observacional de la información a una concepción de la cognición que, en tanto en cuanto es asumida como parte de su propia condición de observación, deviene necesariamente epistemología.
«En el momento en que dejamos de considerar que las nociones que usamos son propiedad o atributo de los sistemas observados para concebirlas como producto emergente de la interacción entre nosotros y el sistema observado […] nos movemos de la ontología a la epistemología, de los sistemas observados, a nuestro conocimiento de ellos»(Pakman, cit. en von Foerster, 1991:103)
Expresado en otros términos, para la perspectiva constructivista, la cognición y la epistemología se superponen en el mismo principio operativo:
«La existencia de un mundo exterior se sigue del hecho de que la comprensión puede ser realizada como operación autocontenida; sin embargo, no tenemos ninguna clase de acceso directo a ese mundo. La comprensión no puede acceder al mundo sin la comprensión. En otros términos, la comprensión es comprensión como proceso autorreferencial» (Luhmann, 1990a:33)
Referencias
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