Doble clic para agrandar

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Por Enrique Javier Díez Gutiérrez (Universidad de León)

Perteneciente al Suplemento «Redes Sociales» de Le Monde Diplomatique en español, Nr. 206 (Diciembre de 2012), p.i

En los últimos años están proliferando los discursos alrededor de las potencialidades democratizadoras de las redes sociales en internet. El espectro teórico en el que se mueven estos discursos abarca desde la consideración de las redes sociales como complemento de los procedimientos y técnicas utilizadas por la democracia representativa (como la “democracia digital”), hasta sus potencialidades para generar nuevas formas de ciudadanía en el camino hacia una nueva democracia directa y participativa de corte horizontal.

El análisis que aquí se desarrolla se plantea en qué medida las redes sociales están cambiando las relaciones entre gobiernos y ciudadanía, incluso si, efectivamente, suponen otra forma de construir ciudadanía y participación política democrática, mediante la movilización social, avanzando hacia un sentido de democracia fuerte y directa e incluso con la posibilidad de llegar al auto-gobierno participativo, tal como se ha podido ver en la denominada “primavera árabe” en el norte de África, donde parece que la actividad de los jóvenes a través de las redes sociales ha tenido un papel destacado en el derribo de tiranías y el establecimiento de nuevas formas democráticas.

O si, más bien, estamos ante una cierta idealización sobre las grandes potencialidades de las redes sociales, en donde lo que surgen son discursos míticos que anticipan los usos deseables de estas herramientas en el campo de la participación social y política. Y acaso, solo nos quedemos con un activismo digital, obsesionado por el seguimiento de los clicks realizados en las redes sociales a favor de una causa, que va introduciendo altas dosis de banalización práctica del compromiso cívico, delimitado y domesticado comercialmente por los dueños de este ciberespacio virtual que son quienes controlan las posibilidades y los límites de una “pseudociudadanía” cautiva en el reino del ciberespacio.

Aunque el uso más habitual de estas redes sociales entre los jóvenes se centra en el contacto y la creación de amistades y las relaciones (Echeburúa y De Corral, 2010), así como el entretenimiento y el conocimiento de vidas ajenas, el denominado “voyeurismo 2.0” (Caldevilla, 2010; Sánchez y Poveda, 2010; Bringué y Sádaba, 2011), no han sido pocos los que han visto en el surgimiento de este nuevo tipo de utilización de las redes una importante oportunidad para avanzar en la participación y la movilización social e incluso llegar al auto-gobierno participativo, pues estas redes están siendo utilizadas cada vez más para compartir pensamientos, propuestas e incluso para llamar a acciones o movilizaciones.

Lo cierto es que Internet se ha convertido en uno de los medios de influencia más poderoso. Sabemos que ha transformado la manera en que nos comunicamos y, en consecuencia, en que nos vinculamos. Ya no se trata de aquellos momentos iniciales en los que la red 1.0 nos convertía en meros consumidores de los productos que se nos ofrecía a través de ella, sino que la web 2.0 ha permitido que pasemos, se supone, a ser productores de contenidos y relaciones en el ciberespacio. No sólo se ha democratizado el acceso a la red (para los que no sufren la “brecha digital”, –mayores, zonas rurales, países del sur, etc.-), sino que se ha democratizado la producción de contenidos, pues las herramientas para la generación de contenidos son cada vez más sencillas y accesibles (blogs, redes sociales, wikis, etc.) donde cualquier persona o grupo presenta al mundo sus ideas, causas y proclamas.

Han surgido términos como tecnodemocracia, tecnopolítica, democracia electrónica, Netizen, E-goverment, etc., redefiniendo una nueva y futura forma de democracia: más democrática, más participativa, más igualitaria, etc. Pero no podemos olvidar que ha sido la sociedad moderna capitalista la que ha generado un determinado tipo de tecnología, que a su vez produce determinadas herramientas, instrumentos, métodos, procedimientos y técnicas con unos fines determinados. Desde la Revolución industrial no es posible separar la ciencia y la técnica de los intereses económicos y sociales a los que sirven y en función de los que han sido potenciadas unas determinadas orientaciones en la ciencia y unas concretas aplicaciones de la técnica. Las herramientas y máquinas creadas por el ser humano transforman a los hombres y mujeres, no sólo porque les imponen su tiempo y su ritmo de trabajo, sino porque, poco a poco, van dibujando el horizonte de desarrollo posible y por tanto probable (Díez Rodríguez, 2003). Y las redes sociales son artefactos social e históricamente construidos que se han convertido en tecnologías dominantes en nuestra sociedad global marcando enfoques, procedimientos, relaciones, hábitos o estilos de consumo. Debemos ser conscientes de que “las tecnologías tienen política”, por lo que éstas deber ser analizadas no sólo por sus contribuciones sociales, políticas o económicas, sino también por el modo en que encarnan ciertas formas de poder y autoridad. ¿Puede alguien creer que la revolución vendrá a partir de estas herramientas tecnológicas?, ¿siendo Twitter y Facebook empresas, qué clase de revolución permitirían?

A pesar de ello, la participación en redes sociales está cambiando el panorama de las propias prácticas democráticas: desde el rol de los partidos políticos como mediadores entre la ciudadanía y el Estado, poniendo en tensión, cuestionando e incluso, en algunos casos, debilitando ese papel, dada la creciente habilitación de canales directos de comunicación entre las personas y las instituciones; hasta la presión a través de las redes (véase el caso de wikileaks) a favor de una mayor transparencia de los gobiernos, los bancos y las grandes multinacionales y sus prácticas.

Pero tampoco podemos hacer una lectura demasiado optimista sobre la participación en las redes sociales como construcción de una democracia más inclusiva. Es cierto que lo ocurrido en Egipto en febrero de 2011 y que tuvo su culmen con la caída de Hosni Mubarak parece apuntar a las redes sociales, Facebook y Twitter, así como a los mensajes vía teléfono móvil, según nos lo presentan en los medios de comunicación. “Una revolución de las redes sociales que hace avanzar la democracia” dijeron muchos. Parecen considerar las redes sociales como las nuevas armas que hoy lleva la ciudadanía para enfrentar al poder diseminando whatsapp libertarios o los Twitter y Facebook que dejan de transmitir banalidades y minucias privadas para compartir la información relevante que muchas veces ocultan los medios al servicio del poder. Pero los muertos en las revoluciones no han sido virtuales, sino que han quedado en las calles de Egipto. En Egipto, sólo en 2009 existieron 478 huelgas obreras claramente políticas, no autorizadas, que causaron el despido de 126.000 trabajadores, 58 de los cuales se suicidaron (Navarro, 2011).

Pero, incluso así, este fenómeno de la “revolución digital” parece suceder excepcionalmente. Porque la acción colectiva no parece que florezca en la red. Junto con la descomposición de la política y el descreimiento en sus instituciones, los jóvenes perciben que muchas de las preguntas propias en torno a la ciudadanía —a dónde pertenezco y qué derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses— se contestan más en el consumo privado de bienes y de las redes sociales que en las reglas formales de la democracia o en la participación colectiva en espacios públicos.

Por eso no es de extrañar el surgimiento de nuevas formas híbridas de interactuar en la red a medio camino entre el consumo y el compromiso social, desde el crowdsourcing (poner en las manos de una multitud una tarea, como la construcción de la Wikipedia) al clickactivismo. El clickactivismo está convirtiendo el activismo digital en un modelo de participación ciudadana que abraza sin demasiada crítica la ideología de la comercialización. La obsesión por el seguimiento de los clicks realizados en las redes sociales a favor de una causa o de una ONG, acepta implícitamente que las tácticas publicitarias y de estudios de mercado usadas para vender papel higiénico pueden también construir ciudadanía. Esta práctica manifiesta una fe excesiva en el poder de la métrica para cuantificar el éxito, al estilo “típico” de las redes sociales que cuantifican el número de “amigos y amigas” que se poseen. De hecho las ONG no se resisten a utilizar esa “fuente de apoyos” que simplemente consiste en hacer click con el ratón del ordenador. Este enfoque influye en la concepción de participación social que tienen los propios movimientos sociales y las ongs, diseñando “campañas para vagos digitales” (Slackactivism), campañas en las que importa más el número de firmas recogidas o clicks recibidos, que la sensibilidad o el compromiso de esas personas al problema, o el eco que vayan a hacer de las acciones a las que supuestamente apoyan con sus clicks. De ahí que se denomine ‘activismo de salón’, el que se hace desde el sofá, haciendo click sobre las pestañas de Twitter o Facebook, uniéndose a sus “causas”. Aunque hemos de reconocer que esta forma de participación puede servir también para compartir ideas, inquietudes, incluso para demostrar que hay gente preocupada en hacer algo. Pero lo cierto es que el clicktivismo es al activismo social y ciudadano lo que McDonald’s es a la comida mediterránea, una comida con ingredientes sanos que se necesita planificar y elaborar cuidadosamente y que es un espacio de encuentro y de intercambio.

No obstante, a pesar de todas sus limitaciones, la aparición de este tipo de espacios sociales virtuales parece estar transformando la tendencia a la baja del interés por la implicación social y política de las y los jóvenes. Nos encontramos actualmente en una bifurcación de tendencias y análisis que nos muestran la cara y la cruz del uso democrático y comprometido de las redes sociales en busca de una mayor participación de los jóvenes a través de ellas para conformar nuevas dimensiones de la ciudadanía.

El tiempo nos dirá si esos ejemplos sobre ciudadanía movilizada, mediante dispositivos tecnológicos, protagonizado especialmente por sectores jóvenes, son de alguna manera casos anecdóticos y aislados o representan una tendencia que podría incrementarse con el tiempo si se masifican las tecnologías de la comunicación. Si las redes sociales se van a convertir en una herramienta para el empoderamiento de grupos, comunidades y movimientos sociales. Si a través de ellas va a ser posible la globalización de las causas como el medio ambiente y los derechos humanos, con el fin de movilizar voluntades, ejercer presión, instalar temas y legitimar voces disidentes en las agendas nacionales e internacionales, tal como de efectiva ha sido la globalización del capitalismo y de las instituciones financieras y multinacionales que manejan la economía y la política mundial utilizando las nuevas tecnologías.

En definitiva, podemos decir que las redes sociales pueden conducir al boom o al doom: pueden llevar a la materialización de las utopías tecnológicas de un mundo más igualitario o, por el contrario, pueden reproducir y exacerbar aún más los desequilibrios de poder que existen ya en la realidad social. Este es el reto, este es el desafío. El futuro se está construyendo con las redes que vamos tejiendo.

Bibliografía

Bringué Sala, X y Sádaba Chalezquer, Ch. (2011). Menores y Redes Sociales. Madrid: Fundación Telefónica.

Caldevilla Domínguez, D. (2010). Las Redes Sociales. Tipología, uso y consumo de las redes 2.0 en la sociedad digital actual. Documentación de las Ciencias de la Información, 33, 45-68.

Díez Rodríguez, A. (2003). Ciudadanía cibernética. La nueva utopía tecnológica de la democracia. En J. Benedicto y M. L. Morán (ed.) Aprendiendo a ser ciudadanos (193-218). Madrid: Injuve.

Echeburúa, E. y De Corral, P. (2010). Adicción a las nuevas tecnologías y a las redes sociales en jóvenes: un nuevo reto. Adicciones, 22(2), 91-96.

Navarro, V. (2011). Lo que no se conoce sobre Egipto. Público, 17 febrero 2011. Recuperado el 19 de marzo de 2012 de http://blogs.publico.es/dominiopublico/3047/lo-que-no-se-conoce-sobre-egipto/.

Sánchez Burón, A. y Poveda Fernández, Mª. (2010). Informe Generación 2.0 2010. Hábitos de los adolescentes en el uso de las redes sociales. Madrid: Universidad Camilo José Cela.

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