Por: José María Díaz Nafría (Universidad Alfonso X el Sabio, Madrid)
Presentado en: Tele-encuentro Iberoamericano: Pensamiento, educación y medios de comunicación – diciembre de 2006
Extracto en: Le Monde Diplomatique ed. española, año X, nº 35, p.30, 2007 (ISSN 1888-6434)
Decía Aristóteles que “el hombre es cívico por naturaleza […] más que cualquier otro animal gregario”, porque “posee” no solo “la voz” sino “la palabra”, que “existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto”. Si se tiene en cuenta que la esencia de lo político consiste en la participación en los asuntos públicos y que lo público no es sino un vasto fenómeno comunicativo, entonces la explicación del estagirita es de Perogrullo. Pero el caso es que la encrucijada histórica frente a la que se encuentran los ojos del sabio griego posee ciertos ecos de actualidad de los que poder sacar interesantes conclusiones. Frente aquel sabio y bajo el estandarte de su enérgico discípulo el mundo helénico reventaba los muros de su lengua para hacer que sus tentáculos políticos se movieran en un espacio de asombrosas dimensiones. ¿Podía hablarse de política –7al margen de la connotación puramente
etimológica- en esa nueva dimensión? Como hemos visto la condición de ésta es que haya comunicación. Y si el historiador Polibio no nos engaña, el imperio, o los imperios postalejandrinos, contaban con una red de comunicaciones “telegráficas” del estilo a la que se desarrolló en la época del imperio romano y, ya en plena modernidad, en el imperio napoleónico. Por tanto, comunicación existía, pero, retomando las palabras aristotélicas, ¿éstas pudieran servir para “manifestar [o aún discutir acerca de] lo justo y lo injusto”?
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